Desde ese entonces, las diferencias entre Vargas Llosa y Fujimori han sido insalvables, desde los puntos de vista político, doctrinarios y, sobre todo, éticos. Fue MVLL quien denunció los arrebatos autoritarios de Fujimori y calificó de “inútilmente perniciosa” a la Organización de Estados Americanos (OEA), que avaló el autogolpe que Fujimori impuso en abril de 1992. El régimen de Fujimori, por su parte, no perdió oportunidad en demonizar al escritor y hasta llegó a calificarlo de traidor a la patria cuando adoptó la nacionalidad española en julio de 1993.
Fue Vargas Llosa, también, quien denunció a la comunidad internacional el poder en la sombra que ejercía Vladimiro Montesinos y el fraude orquestado en las elecciones del 2000. Ya en los estertores de la dictadura, realizó lo que muchos consideran un vaticinio: aseguró que Fujimori se iba a refugiar en su nacionalidad japonesa –negada por la oficialidad- para evitar ser juzgado en el Perú, pero que la misma suerte no correría el asesor Montesinos.
Solo meses después, Fujimori se refugiaba en Japón y renunciaba a la presidencia vía fax agobiado por los escándalos de corrupción que día a día revelaba la prensa. Montesinos fugó a Panamá, pero pocos días después fue capturado y luego encarcelado en la Base Naval.
El desconocido Fujimori, quien truncó hace 20 años los sueños políticos del más galardonado intelectual peruano, está hoy encerrado en la cárcel, condenado a un cuarto de siglo de prisión por crímenes de lesa humanidad y corrupción. Vargas Llosa, quien no se cansó de denunciarlo, es el flamante premio Nobel de Literatura 2010. Justicia poética, que le dicen.
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